Por Ramón Trías, 2018.
Es para mí un gran placer escribir sobre la Agiografa, Mercedes Pascual y su obra. Como maestro suyo que he sido, conozco a ambas muy bien.
Para empezar diré que, según mi criterio, el hecho de vincularse a la práctica del icono bizantino por parte de Mercedes Pascual, no tiene nada de descabellado, ni mucho menos de rancio. En la actualidad elaborar la palabra santa tiene un gran sentido; mucho más incluso que hace cuarenta años, cuando finalmente los –ismos consiguieron barrer toda manufactura sofisticada de imágenes religiosas o no entroncadas en las ideas y la cultura de la Europa histórica. Manufactura aún necesaria al no haber perdido el ser humano sus características y necesidades espirituales primordiales. Me aventuraría a pensar que, quizás la pintura bizantina es justo lo que el mundo posmoderno artístico necesita, ya que hace tiempo que se replantea de donde viene y cuáles son sus raíces, para crear un proyecto de futuro sólido.
Aquello que a mi entender caracteriza la labor de agiografa, Mercedes Pascual es sobretodo la dedicación y el amor al plano matérico. Ella conoce bien que en última instancia la imagen aparece en los ojos y el alma del espectador a través del mundo físico que es la obra en sí.
Por eso, ella se esmera en buscar y trabajar sobre tablas de caoba de más de 100 años. Elaborar su propia pintura templando los mejores pigmentos del mercado con yema de huevo, agua y vinagre. Bruñir cariñosamente los dorados al agua en gesto pequeño siempre acompañando el alo de las figuras, consiguiendo que el fondo de oro fino de sus imágenes tenga una exquisita y cálida factura que insta a la contemplación y al recogimiento. Nada en ella es falso o sucedáneo, incluso las xrisokontillies las realiza con polvo de oro auténtico al temple de ajo.
De todo ello deviene que la obra bizantina de Mercedes Pascual tenga una fuerza inusitada difícil de encontrar hoy en día. Su realidad física dulce y regia es una rara avis en el mundo del arte contemporáneo.
En cuanto a los aspectos vinculados a la representación de la imagen en sí, Mercedes es una artista contenida, casi austera. Característica constante de los pintores de la escuela Cretense en la cual ella se siente incluida. Es importante añadir al respecto y en aras de situar bien a la pintura bizantina en nuestro contexto histórico, que Doménikos Theotokópoulos “el Greco”, ampliamente considerado el padre de la pintura Ibérica, mucho antes de trabajar en la Toledo imperial y antes de aprender en Venecia de Tiziano y Tintoretto las suertes del manierismo, fue un reputado agiografos en su Creta natal. Velázquez, Goya o Picasso entre tantos otros, ensalzaron y bebieron del genio griego. A su semejanza, la gama cromática que Mercedes Pascual utiliza, es parca, no busca ni efectismos ni glikasmos ni mucho menos es dada a maquillar el paso del pincel por la tabla; sabedora de que todo lo dicho mermaría aquello que para ella es realmente importante, la expresión del alma de la imagen a través del claroscuro profundo bizantino.
Hay que remarcar que la luz de los iconos proviene de sus entrañas, donde la energía creativa del pintor queda íntimamente recogida, y desde donde palpita hacia el exterior; por eso es esencial cuidar en extremo el plano matérico. A nivel formal, ello comporta tener que realizar el claroscuro de los iconos siguiendo un protocolo de aplicación de densidad luminosa complejo y difícil de seguir para el neófito —sea o no sea pintor—, consiguiendo las sombras en su mayor parte por ausencia de intervención de luz.
Mercedes demuestra con la belleza de su trabajo, que lo realmente vital de una imagen bizantina, más que la corrección de su líneas o la homogeneidad de sus tonos, es la comprensión de la forma y su expresión mediante la sabia interacción de estratos pictóricos diferenciados, consiguiendo así crear dicha imagen en la mente del espectador (que debe juntarlos todos) y no en su retina; algo mágico.
A ello se entrega con pasión en el día a día de su actividad pictórica Mercedes P. Carrión. Por eso estoy convencido que su obra les fascinará.
Pero con la contención característica de la escuela de creta. Buscar la belleza de combinación de las luces prescindiendo del exceso cromático. Gusto por la belleza de la acción de la luz. Amor por el trabajo minucioso y entregado donde ninguna de las partes se delata más que otra, sino la interacción de todas. Expresiones serenas y profundas, nunca tristes, algunas veces graves.
Mercedes teje una intensa sinergia con su obra. Proyecta toda su devoción por las virtudes cardinales ejemplificadas en las imágenes cristianas que palian algunas de sus imperfecciones más formales. Ella pinta concentrada. Buscando dentro de sí, el hilo que la une a los demás en su espíritu. Trabajo agotador que prueba a los fieles. Perseverante, nunca se doblega ante las adversidades.
Su obra bizantina es junto a su familia su razón de ser, su justificación. A pesar de ser sus primeras obras en el ámbito (que no en las artes) su identificación y entrega son eternas.
En el encargo del icono uno reza para el patrón. Ella lo hace a mayor gloria de la madre. Sus vírgenes de gran candor inspiran recogimiento y maternidad.
Su obra al ser humilde y virtuosa dignifica el espacio que lo acoge, expandiendo su luz.
Por Ivan Leroy
Si el arte es el proceso inacabado por excelencia en el que el espectador se redescubre a través de los otros que son los demás en quienes se encuentra, la obra reciente de Mercedes Pascual quiere comprometerse con ese discurso de encuentro con la otredad diseminada en las miradas en construcción. El artista en construcción es, sacrificio que exige el regalo, en este caso, de pintar. La pintura de Pascual se circunscribe en ese realismo expresivo que cada ves más se sintoniza en los paralelos del minimalismo abstracto. Es ahí en donde encontramos coincidencias e intertextos deslumbrantes que por vía del tormento psicológico o el amor que se devela en la admiración por los maestros vivos en los museos, nos llevan a una suerte de paz primigenia. Justo ahí donde se visualiza la contradicción, el apunte fugaz se torna pincelada y se ataca el lienzo para construir el oximorón de las atmósferas del deseo, es decir la desesperanza esperanzadora, porque en la mirada del crío sobrevive toda la cultura o en la recreación de la mujer desvanecida está la fortaleza de lo femenino. Así es la pintura de Mercedes Pascual, retraída en el paradigma del costumbrismo sin olvidar los susurros Sorollescos del expresionismo en construcción. Una pintura sin atavismos que se preocupa más por el porvenir de la plasticidad que por el devenir de la plástica. Una pintura que cree en el lienzo como en la técnica; en lo matérico y discordante, en la paciencia de la obra que se procesa con las exigencias. Otro acierto de la obra de Pascual refiere a su capacidad interpretativa, sus estrategias de apropiacionismo pictórico nos cautivan y se antoja tener un cuadro suyo de carácter referencial, ocurre así, por citar un ejemplo, con el caso extremo de su pieza Entre la maleza que lleva a límites lóbregos y seductivos la obra Desnudo en la playa de Portici de Marià Fortuny i Marsal.
Mercedes Pascual es una profesional en construcción. Su producción llena de anhelos promete habitar muy pronto galerías europeas y latinoamericanas ávidas de un lenguaje nítido pero con misterio, hechicero y goyesco.
Traslation: Lorena Uribe Bracho
If art is the unfinished process par excellence in which the spectator is rediscovered through others, the others in which he finds his own self, the recent work by Mercedes Pascual seeks to engage with that discourse of the encounter with otherness scattered amidst gazes under construction. The artist being constructed is sacrifice that demands the gift, in this case, of painting. Pascual’s painting is circumscribed in that expressive realism that increasingly tunes into the parallels of abstract minimalism. It is there where we find stunning coincidences and intertexts that by way of psychological torment or of the love that is revealed through the admiration of masters alive in the museums take us to a form of primal peace. Exactly there where contradiction is visualised, the fleeting line becomes a brush-stroke and the canvas is assailed to construct the oxymoron of the atmospheres of desire, that is to say a hope-inspiring despair, because in the gaze of the infant an entire culture survives, and in the recreation of the swooning woman lies the fortitude of femininity. Thus is the painting of Mercedes Pascual, reclusive within the paradigm of the art of manners without forgetting the Sorollan whisperings of an expressionism under construction. A way of painting without atavism that is worried more about the future of plasticity and less about the fate of plastic arts. A way of painting that believes in the canvas and in technique; in the materic and the discordant, in the patience of the work that is processed with exigencies. Another asset of Pascual’s oeuvre concerns her ability to interpret; her strategies of pictorial appropriation captivate us and awaken the desire to have a painting by her of a referential charater, such as happens, to bring up an example, with the extreme case of her piece Entre la maleza (In the weeds), that takes to bleak and seductive limits the work Desnudo en la playa de Portici (Nude on Portici Beach) by Marià Fortuny i Marsal.
Mercedes Pascual is a professional under construction. Her production filled with yearnings promises very soon to inhabit European and Latin American galleries keen for a language that is sharp and that has mystery, that is bewitching and Goyesque.